Estaba con mucho sueño, no se podía mantener parada. Eran las 7 de la mañana y Andrea estaba a tres cuadras de su casa. Pero le ofrecieron una habitación de para descansar. Al cuarto se metieron otros dos hombres. Y después, un tercero. Su vida, su cuerpo y su espíritu quedaron destruidos esa noche.

Burruyacú estaba conmovida cuando Andrea se animó y declaró en la Fiscalía de Delitos Contra la Integridad Sexual. Cuatro días antes, otra joven, Melanie, había relatado a las cámaras de Los Primeros cómo había sido abusada durante, al menos, 12 años por su padrastro. En el pueblo se comentaba sobre el infierno que había vivido Melanie y se comenzaba a atar cabos: todos lo sospechaban, nadie había podido o sabido hacer nada por ella. El pueblo no podía soportar otro hecho similar.

Sábado 6 de marzo de 2020. Andrea había salido esa noche con dos de sus amigos, Benjamín Padilla y David Aranda, según declararía más tarde ante la Justicia. Tomaron un par de bebidas en el bar Punto 25 junto a otras personas y, más tarde, se fueron a una fiesta en una casa cercana. Ya era domingo, tipo 7 de la mañana. La gente se estaba yendo. El dueño de casa comenzó a limpiar todo. Andrea estaba cansada. Pidió una cama para descansar.

Padilla y Aranda, según su denuncia, fueron con ella a la habitación. Cuando ella se acostó, se le tiraron encima. Y comenzó el infierno. Andrea relató ante la fiscalía cómo ocurrió el abuso. Luego, entró una tercera persona: Maxi Décima, consta en su declaración. A Benjamín le sonó el teléfono, él atendió y pareció tener intenciones de irse. Andrea le pidió por favor que se lleve a los otros dos. «Él se rió y dijo ´muchachos´y se fue», se lee en el expediente. El abuso continuó, de las maneras más crueles y violentas imaginables, según el documento judicial. Ella terminó destruida. Se durmió.

Despertó cerca del mediodía. El dueño de casa dormía en otra cama en la misma habitación. Ella no lo conocía, pero desde entonces entablaron una relación de cooperación. Andrea cuenta que él no supo nada de lo que estaba pasando y que, cuando entró al cuarto, al verla sola y desnuda se limitó a taparla. No tenía idea de lo que le había pasado. Cuando ella le contó, el le dijo que denuncie todo. Y le vio las señales de los golpes.

Andrea volvió a su casa y se bañó. No dijo nada a nadie. Su mamá le vio los labios morados pero ella le dijo que probablemente era porque había tomado vino. No reaccionó durante los próximos días. Con el correr del tiempo, comenzaron a hacerse visibles los moretones y una quemadura de cigarrillo en la pierna. Andre no daba más y, por consejo de sus primas, se lo reveló a su madre. «Eran muy fuertes y grandes», le contó y le relató cómo la golpearon y la sometieron. Tres horas después, estaban en la comisaría asentando la denuncia.

Al día siguiente, declaraba en la fiscalía. Ese mismo día le hicieron el análisis médico. Había pasado una semana pero todavía conservaba las lesiones. Dos días más tarde, la fiscal María del Carmen Reuter solicitaba la detención de Aranda, Décima y Padilla. Hoy, los tres están con prisión preventiva.

Pero Burruyacu ya no era la misma. El pueblo estaba organizando una marcha por el caso de Melanie. Le pedían perdón por no haberse dado cuenta a tiempo: la veían de pequeña hacer trabajo forzado en el campo, le veían las marcas de los golpes y sabían que no la dejaban juntarse con otras personas. Así creció ella y así los vecinos se acostumbraron a mirarla. «Debimos haber sospechado», repetían los organizadores de la protesta, mientras pedían la cobertura de la prensa. Entonces, en medio del armado de la marcha, se conoció lo ocurrido con Andrea. Y la bronca estalló.

La siesta del domingo 21 de marzo en Burruyacú parecía tranquila, como todas las siestas desde que se fundó el pueblo. Pero algo estaba agitado. En la plaza había mucha gente. El bar Punto 25 estaba cubierto con lonas verdes. Los vecinos no se habían acostado a dormir.

Algunas familias comenzaron a llegar a la plaza y se quedaron allí. Activistas por los derechos de las mujeres comenzaron a desplegar banderas y carteles que decían «Hermana, yo sí te creo». En El Puestito, a unos siete kilómetros del centro del pueblo, comenzaban a marchar los vecinos de Melanie y los amigos y familiares de Andrea. La caminata duró más de una hora, hasta que hizo su ingreso a la ciudad. Y ya el pueblo no parecía pueblo, sino un polvorín.

La marcha, encabezada por la mamá de Andrea, recorrió las principales calles, la comisaría y la casa de uno de los imputados, ya cerca de la ruta. No hubo incidentes, pero sí mucho grito y mucho llanto. «Nos tienen miedo porque no tenemos miedo», repetían. Melanie y Andrea, cada una desde su sitio seguro, contenidas por sus allegados, siguieron la protesta a través de las redes sociales y la cobertura en vivo de Los Primeros. Y mandaron, todo el tiempo, su agradecimiento a los manifestantes.

Melanie y Andrea son sus verdaderos nombres. Pese a que la ley -y la ética- ampara el resguardo de sus identidades, ambas decidieron que sus historias se conocieran con nombre propio. Las dos son jóvenes, no superan los 25 años. No se conocen entre sí. Pero forman parte de una generación que no está dispuesta nunca más a callar los delitos sexuales. Y sacudieron, con su energía, a todo un pueblo adormecido del norte tucumano.

Fuente: losprimeros